lunes, 7 de octubre de 2024

Ven y te cuento sobre uno de los crímenes de odio más horrible*

Fue un 6 de octubre de 1998 cuando este horrible crimen aconteció. Matthew Shepard fue secuestrado, amarrado a una cerca, golpeado brutalmente y abandonado a su suerte en una noche fría de Laramie, Wyoming.

Matthew era un joven gay de 21 años oriundo de Casper, Wyoming. Quienes lo conocieron le recuerdan como un joven muy sociable que luchaba por “igualdad de derechos y aceptación de las diferencias.” Asimismo, lo describen como un chico “inteligente y políglota”. Matt, como sus amigos, familiares y allegados lo llamaban, cursaba su primer año de ciencias políticas en la Universidad de Wyoming.

Matthew había pasado varios años de su adolescencia estudiando bachillerato en Suiza. Su familia se había trasladado a Arabia Saudita por el trabajo de su padre, pero sus papás querían que siguiera recibiendo una educación estadounidense y por eso lo enviaron a Suiza, donde había una escuela que seguía el sistema de educación americano. Matthew regresó a Wyoming para estudiar su carrera universitaria.

La noche de su asesinato, Matthew había asistido a un bar local en donde conversó con dos hombres que se hicieron pasar por gays. Los nombres de estos chicos son Aaron McKinney y Russell Henderson (ambos eran contemporáneos con Matthew). Testigos lo vieron salir con ellos, subir a una camioneta y desaparecer en la noche. Los captores confesaron luego todo lo sucedido:

Henderson conducía mientras mientras McKinney golpeaba a Matthew con la pistola en la cabeza y le quitaba la billetera. Henderson lo amarró a una cerca siguiendo instrucciones de McKinney.

También le quitaron los zapatos y lo dejaron a su suerte allí en la gélida noche.

Mckinney declaró: “lo golpee con la parte trasera de la pistola, luego algunas veces con mi puño”. Esto es parte de las transcripciones de su confesión, las cuales están disponibles en https://www.famous-trials.com/mattshepard en donde el asesino también confiesa que Matthew le entregó su billetera “sin necesidad de forcejeo”. Sin embargo, lo golpeo brutalmente mientras el chico gritaba y suplicaba que se detuviera. Después de haberlo atado, lo golpeó tres veces más.

Mckinney también confesó que su compañero, Russel, se reía al verlo golpear a Matt, pero luego se asustó al ver la gravedad del asunto. Ambos lo dieron por muerto y se fueron, dejándolo atado a la cerca en ese campo alejado del pueblo y con una temperatura muy baja.

18 horas después, un chico llamado Aaron Kreifel lo encontró aún atado. Este joven se encontraba perdido y pasó por el sitio por pura casualidad. El estado de Matthew era tan deplorable que Kreifel lo confundió con un espantapájaros. Su cara estaba totalmente cubierta de sangre, excepto en los espacios por donde lágrimas habían corrido. Fue al notar estas lagrimas secas que Kreifel se dio cuenta que se trataba de un ser humano.

Más tarde, la alguacil Reggie Fluty fue la primera en llegar al llamado de Kreifel. Matthew solo medía 5 pies y dos pulgadas (equivalente a 1 metro 57 cm) razón por la cual ella pensó que era un chico de algunos 13 o 14 años. Fluty declaró a la prensa cuán complicado fue para ella cortar las cuerdas sin hacerle daño, pues las tenía prácticamente enterradas en la piel.


Después de recogerlo lo llevaron a un hospital local, pero los doctores lo remitieron a otro centro asistencial ubicado en Fort Collins, Colorado, porque no contaban con las condiciones ideales para atenderlo. El médico tratante mencionó que las lesiones craneales de Matthew eran del mismo tipo que las causadas por accidentes de tráfico. El neurocirujano estaba sorprendido de que aún estuviera vivo. Matthew tenía moretones en su espalda, su brazo izquierdo, cuello, rodillas, cabeza, cara y hasta hematomas en su ingle.

Seis días después de ser atacado Matthew falleció víctima de hipotermia y los múltiples traumas causados a su cerebro. Su muerte quedó en la memoria estadounidense como uno de los crímenes de odio más grandes en su historia. Sus asesinos fueron condenados a dos cadenas perpetuas.

Una de las partes más dolorosas en esta historia es que varios grupos religiosos y antigays protestaban en las afueras de la corte con frases como “Los gays se van al infierno” o “El sida cura a los gays”. Estas expresiones se las gritaban a todos los lideres de organizaciones LGBTI que sehabían trasladado hasta Laramie para apoyar a los padres de Matthew en el juicio.

Varios años después, en 2009, el entonces presidente de Estados unidos, Barack Obama, ratificó la ley Matthew Shepard, la cual penaliza crímenes de odio por homofobia o transfobia.

Hoy en día Matthew Shepard es visto como un símbolo de la lucha por los derechos de los hombres gay y la comunidad LGBTQ+ en general. Su padre, Dennis Shepard, declaró en una ocasión: “las personas gays gozan hoy en día privilegios que mi hijo no pudo disfrutar” y, aunque sí hemos avanzado algo desde 1998, lamentablemente, las circunstancias de su muerte (y las muertes de otros) no han sido suficientes para enseñar a la sociedad a respetar las diferencias.

Desafortunadamente, aún escucho gente decir cosas como “Ojalá los mataran a todos” o “prefiero tener un hijo delincuente que un gay”. Frases erradas, llenas de odio y causantes de mucho daño.

La vida de ningún ser humano debería ser sesgada ni por su orientación sexual, u otra razón. Debemos aprender a vivir respetando las distintas personalidades y orientaciones sexuales, aprender a ver lo bueno en los demás y no darle paso al odio. ¿Cuántos más deberán morir para que podamos ver un cambio?

Por Harold Sánchez

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